Encuentro con Leila Guerriero: ¿Se puede formar a un cronista?
El Magíster en Periodismo Escrito (MPE) organizó un encuentro de conversación con una de sus profesoras, la destacada periodista y escritora argentina Leila Guerriero. El profesor Gonzalo Saavedra fue quien guió la conversación con ella –autora de libros como “Los suicidas del fin del mundo” o “Una historia sencilla”–, abordando temas como su llegada al periodismo y la formación de un cronista, entre otras cosas.

Leila habla con convicción. No titubea. No se esconde detrás de esa melena perfectamente salvaje ni tampoco detrás de una mirada que atraviesa amablemente. Al contrario, enseña con su lenguaje y penetra con sus ojos que observan lo que pocos quizás pueden ver. Pero por sobre todo cautiva por su letra, una que nunca nace muerta y encuentra correlato con la realidad que le aparece. Una letra propia que en estos momentos la tiene sentada como una de las cronistas más influyentes del periodismo narrativo, conversando sobre el oficio en un auditorio de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Una sala que esta más llena que vacía. No es casualidad.
Arriba de la tarima se sientan el profesor Gonzalo Saavedra, quien dirige la conversación, y Leila Guerriero: alta, delgada y vestida de negro, como se ve habitualmente.
El Magíster en Periodismo Escrito (MPE) organizó este encuentro, aprovechando que Leila está en Santiago, como todas las primaveras, impartiendo un taller de Periodismo Narrativo a los alumnos de este programa.
La conversación es distendida, como si no hubiese público. Como dos amigos que se juntan a charlar de lo que ha sido la vida de uno y comienza a estructurarse en el origen de la protagonista: una mujer de Junín, licenciada en turismo –profesión que no ejerció– y que llega a Buenos Aires con la esperanza de ser descubierta por su escritura. El periodista Jorge Lanata descubre esa prosa y publica un cuento de ficción de Leila en Página/12, diario fundado y dirigido por él. Luego de unos meses consigue su primer empleo en Página/30, revista mensual del mismo diario. Guerriero le dice a Lanata que ella no es periodista, pero éste le responde: “Sí sos, pero no te diste cuenta. Andá y defendete como puedas”. De ahí que la sed por la narración se vuelve imprescindible. Ya son 26 años escribiendo no ficción.
Al rato ya sabemos que todo partió con cuentos ficticios, ganando concursos municipales. Ya en las salas de redacción, la cosa cambia. Se da cuenta de que el aporte que pueden entregar los insumos de ficción, tanto libros como películas, son útiles a la hora de desarrollar historias periodísticas. “Sirve para muchísimas cosas. Me parece que a la hora de mirar la realidad estás mucho más premunido de herramientas. Hay que aprender a sofisticar esa mirada. Puedes rescatar chispazos de inspiración, descripciones”, dice.
Leila Guerriero hace hincapié en lo que un gran editor le enseñó: “Un periodista tiene que tener un amor al dato, si no lo tiene, se transforma –por más que esté súper bien escrito– en un malabar del cual podríamos prescindir”.
Luego habla de la renuncia que hizo a preguntarse el por qué de las cosas. Bien sabe ella que cada persona tiene su leyenda, que “trabajar con materia prima humana es trabajar en un terreno mucho más pantanoso”. ¿Por qué? “Por que la gente guarda secretos, miente”. Leila Guerriero comprende que “la aspiración máxima de tratar de entender solo la puede tener un escritor de ficción, quien comprende al máximo las motivaciones de sus personajes”. El por qué es la pregunta que menos respuestas tiene. “No hay un primer motor inmóvil. Nunca. En los momentos de despertar el periodista entiende y desentiende. Es una pregunta irrespondible”, diría más adelante.

Hacia el final del encuentro, el profesor Saavedra convoca la pregunta por la que se invita a la conversación.
–¿Se puede formar a un cronista? ¿Se puede nacer cronista?
Leila se detiene un par de segundos antes de hablar.
–No sé. Me parece que hay gente que es excepcional. La materia excepcional, el genio, –y yo por supuesto que no entro en esa materia– no la puedes enseñar. Después, por debajo de ese nivel, está la gente que tiene talento. Es muy indefinible ese talento. Sí me he encontrado, en todos estos años de dar clases, con gente que tiene mucho talento y no se está dando cuenta. O que no se ha topado con un ojo que lo aliente, que le diga: ‘Nene, nena, despertá, mirá cómo estás escribiendo, mirá lo que estás haciendo’. No sé si se puede transmitir un saber de cómo ser talentoso, eso no se puede enseñar. Sí se puede transmitir un saber relacionado con compartir una experiencia de escritura para que el otro no se sienta ni tan loco ni tan malo, como para que no se sienta en un mar sin orillas. Salpicar a la gente con una chispa de entusiasmo. Funciona, perdura y tiene una especie de elixir que te queda clavado. Y lo que sí creo que se puede enseñar es tratar de transformar la escritura en un proceso más consciente y menos inocente: cada una de las palabras sí importa, un párrafo puede arrancar por acá y no por allá.
Antes de terminar se le da la palabra a los espectadores, en su mayoría estudiantes, que usan la oportunidad para preguntar. Leila Guerriero dice que no le gusta dar consejos y recalca que hay que tener entusiasmo, no expectativas. Les dice que hay que leer (literatura), que ella cree en la potencia del trabajo y que hay que apostar a marcar la diferencia. No ser del montón.
–Hay diez tipos que lo hacen correctamente bien. Vos tenés que hacerlo asquerosamente bien. Pero eso exige una disciplina, una entrega, una exigencia, porque hacerlo asquerosamente bien implica, de pronto, pasar tres fines de semana encerrada sin poder salir. Y, por otra parte, (exige) marcar la diferencia desde la escritura en sí. Si rompes el molde, algún editor –antes o después– se va a fijar.
No hay más preguntas. En realidad, no hay más tiempo. Y para concluir la conversación, que ha durado más de una hora, Saavedra le pasa una hoja a Guerriero. Es una de las columnas que publica en el diario El País de España. Esta no es cualquier columna. Es una columna del 2016 –muchos dirían un poema– que se titula “Escribir”. Antes de terminar todo con aplausos, Leila Guerriero revive su columna y la lee como solo ella sabe. Como solo sabe leer quien escribe sus propias palabras.