Dos semanas con Leila Guerriero
En el Taller de Periodismo Narrativo que dicta la periodista argentina todos los años en el Magíster en Periodismo Escrito de la UC y El Mercurio no hay descanso. Son dos semanas en las que los alumnos se abocan 100% a este taller intensivo, intentando superar las expectativas de Leila Guerriero.

Hace más de dos meses que, desde Buenos Aires, Leila aceptó los temas propuestos por los mismos estudiantes, después de varias semanas de conversaciones por mail y skype. La idea fue que ellos reportearan intensamente antes de la cronista trasandina llegara a impartir sus dos semanas de taller intensivo de periodismo narrativo. En estos 15 días, los alumnos deben aprender las herramientas narrativas, internalizarlas, ejercitarlas y aplicarlas en sus trabajos finales.
La crisis del Teatro Municipal de Santiago, una universidad popular que abrió hace un año en plena comuna de Recoleta, dos gemelos drag queen que intentan triunfar en Chile, la experiencia de una mujer que aceptó gestar el niño de otra pareja en su vientre, la historia del peor equipo de fútbol de la liga chilena, la desesperante odisea por seguirle el rastro a una persona desaparecida, la historia del cubo Rubik en el país y el mundo detrás de la cosplayer más famosa de Chile fueron las temáticas que abordaron los alumnos del MPE 2019 en los textos escritos durante el Taller de Periodismo Narrativo que dictó este año la periodista argentina Leila Guerriero.
Son dos semanas de trabajo intenso, riguroso, estricto, dedicado y de mucha prueba y error, en las que Leila exige a los alumnos del magíster su máxima capacidad. “La idea es que el taller se transforme en un laboratorio que sea lo más parecido a la realidad”, señala la cronista. Como el periodismo narrativo requiere mucho tiempo de reporteo y escritura, la argentina se contacta con los alumnos en julio, momento en el que ellos deben proponerle sus temas para poder fijar uno y comenzar a trabajar lo antes posible. Cuando Leila llega a Chile para dictar sus clases durante dos semanas en octubre, el reporteo tiene que estar hecho y las entrevistas transcritas.
El taller dura dos semanas, lapso en que los alumnos se dedican solo a escribir, tanto sus crónicas finales como las tareas que la profesora les va encargando día a día “para ir ablandando la mano y para que entiendan de qué se tratan los recursos narrativos y así lo puedan ir aplicando a su trabajo final de forma paralela”, explica Leila.
Día a día, la periodista iba revisando cada texto escrito por los alumnos al frente de la clase, dando siempre una retroalimentación caso a caso. Esa es una metodología que los alumnos agradecen, “porque nos obligaba a soltar la mano, ejercitar nuestra escritura y fijarnos en cosas que a lo mejor no estábamos acostumbrados a ver”, cuenta Natalia Quezada, Licenciada en Letras de la UC y alumna del MPE. La estudiante comenta que los hacía describir lugares, sentimientos u acontecimientos que habían vivido en algún momento, los cuales quizás no eran especiales, “pero nos hacía mirarlos desde otra perspectiva”. Ella reconoce que la revisión diaria de las consignas era una metodología exigente, pero al mismo tiempo considera que “fue fundamental para el aprendizaje del periodismo narrativo, porque podías ir viendo tus aprendizajes y los puntos en los que debías ir mejorando”.
Sentada junto a los alumnos, en la penúltima clase del taller, la profesora toma nota en su computador de los comentarios y apreciaciones que los mismos estudiantes tienen sobre los trabajos de sus compañeros. Antes de exponer ella sus comentarios, prefiere darles la oportunidad a los alumnos de explicar sus ideas. Rodrigo Córdova, Licenciado en Letras Hispánicas de la UC y también alumno del MPE, concuerda con lo que dijo Natalia con respecto a la constancia de las consignas, y agrega que “los comentarios tanto de Leila como de mis compañeros fueron claves para aprender”.
Según Leila, solo con la manera de escribir de los alumnos, se da cuenta desde el primer día de aquellos estudiantes que dominan el lenguaje y los recursos, de os que están dispuestos a tomar riesgos; de quiénes son más permeables a las sugerencias y quiénes están aferrados a un lenguaje más “correcto, pero anodino”.
Y así como logra detectar la escritura de los alumnos desde el primer momento, también tiene claro qué espera dejar en ellos. “En un taller de este tipo, donde la gente está aprendiendo, quiero lograr que se hagan híper conscientes de la importancia del uso del lenguaje”, dice. “Sobre todo, que entiendan que el lenguaje no es un adorno”, agrega.
Para ella, irse del taller viendo que los mismos alumnos se dan cuenta de la diferencia entre escribir correctamente y “escribir estupendamente bien”, es un buen resultado. “Para mí, ver que la gente se arriesga a tomar caminos a los que no estaba acostumbrada, o ver la evolución en la selección de la información, ver que entendieron que no pueden poner todo ni cualquier cosa en el texto, que dominan el lenguaje de una manera más eficaz y que entendieran que no da lo mismo decir las cosas de cualquier forma, es un buen resultado”, concluye Leila.
Según los estudiantes, lo que la cronista y editora vino a entregarles está más que aprendido. “Me quedo con la importancia fundamental de un vasto y extenso reporteo”, comenta Natalia. “Más que ir a ver al entrevistado una, dos o tres veces para obtener información, aprendí que había que hacerlo para lograr captar la esencia del personaje y traspasarla al papel”, añade. Señala que en el magíster ya habían visto la importancia del reporteo para la escritura de un artículo, pero hace hincapié en que “no es el mismo reporteo el que se necesita para escribir en el diario y que el que requiere el periodismo narrativo, el cual es mucho más profundo, ya que logra develar la psicología de los personajes”.
Rodrigo también destaca este punto. “Aprendí a dedicarle mucho tiempo al reporteo para poder empaparme de la historia. Aprendí a hacer las preguntas correctas y a indagar lo necesario para que después la historia se cuente prácticamente sola”, dice. “Pero lo que más me quedó fue el depositario de palabras”, cuenta por otro lado. “Descubrí que en el periodismo narrativo hay libertad para poder utilizar otras palabras, siempre ligado a la no ficción, que puede ser explotada y que no había visto hasta ahora en el periodismo (tradicional)”, comenta. Asimismo, Natalia asegura que en sus futuras escrituras empleará el uso del lenguaje que aprendió en este taller. “Lo que más me quedó fue la capacidad de narrar una historia con la máxima descripción de escenas y de detalles, pero donde los adjetivos te permiten no solo informar, si no que contar una historia verídica de forma amigable. Es lo que voy a aplicar posteriormente en mi desempeño laboral”, concluye.