Los nuevos sismos

por Natalia Quezada

Cuando era pequeña, recuerdo que la gente corría y gritaba al más mínimo movimiento telúrico. Pienso que hoy ya no sucede lo mismo. Lo comprobé el lunes. A las 18:53 horas, el piso comenzó a moverse y los ventanales a vibrar debido a un fuerte sismo de 6,1 grados Richter, una intensidad que probablemente devastaría a otro país. Sin embargo, dentro de la sala, nadie se movió de sus asientos. Al parecer, nos hemos habituado a estos episodios y ya no son una sorpresa.

Lo curioso es que con las noticias sobre la devastación y el vandalismo que ha sufrido la ciudad durante las últimas semanas, me ha sucedido lo mismo. Recuerdo que me sorprendí con el estallido sincronizado de varias estaciones de metro el día viernes 18 de octubre, cuando reventó la crisis social que atraviesa el país.

Me sorprendí también cuando supe que el tema no estaba concluido, y ardió en llamas el edificio corporativo de Enel. Si bien muchos acusaban que el hecho era un montaje, este dejaba entrever a un atónito gobierno, que parecía no reaccionar frente a los sucesos. Me sorprendí además al saber por distintos medios que en variados puntos de la capital se realizaban diferentes desmanes y destrozos, buses quemados, barricadas y calles cortadas.

Me sorprendí, de la misma manera, cuando una turba de gente ingresaba a distintos supermercados, farmacias y centros comerciales a saquear y destruir gran parte del comercio, y que a pesar de que se han realizado manifestaciones pacíficas, el vandalismo no ha cesado. Y justamente esta semana la prensa muestra nuevos remezones. ¡Otros más! El café literario de Providencia que fue totalmente estropeado, luego la bajada de la estatua del General Baquedano….

No me queda más que preguntarme. ¿Qué sucede con estas personas que utilizan la destrucción como forma de ser vistos? ¿Como podemos como sociedad darles cabida? ¿Esto siempre fue así y no nos dimos cuenta? Y cómo creerlo si hasta ese viernes, éramos una nación en vías al desarrollo, sede de la COP 25, y número uno en gestiones por el cambio climático. ¿Ingenuidad?

Quizás sabíamos que Chile estaba enfermo. Quizás no. Lo que sí estoy segura es que nadie se imaginó cuánto. Los síntomas estaban a la vista y todo sumó: los sistemas de pensiones de los adultos mayores, las colusiones en las farmacias, los costos inhumanos de la educación, el valor impagable de la salud … para qué seguir si esto llegó hasta el papel higiénico. Así, creció y creció una ardiente injusticia, una espesa desigualdad, que fue poco a poco fue enfermando a los chilenos por no sentirse queridos, respetados y escuchados. Probablemente los actos vandálicos reflejan problemáticas de fondo que no hemos querido mirar.

Ahora, lo que más preocupa, es que han pasado las semanas, y día a día hay nuevas formas de vandalismo que, al igual que los sismos, ya no me sorprenden.