La normalidad

por Leonardo Riquelme

“¡Hasta cuándo con esta misma lesera!”, alegó al aire el colectivero que me llevaba a casa hace unas noches de vuelta desde el trabajo. Tras eso, bajó el vidrio de su vehículo, golpeó la parte exterior de la puerta al son del “tan-tan-tatan”, le sonrió e hizo gracias a los manifestantes que bloqueaban el paso y, con la venia de la turba, siguió su camino. Los otros tres pasajeros le dieron la razón a su escueto comentario e iniciaron una conversación que debe haber durado menos de cinco minutos.

En ella el chofer les contó que sólo podía trabajar con relativa calma hasta las 5 de la tarde y que luego debía volverse a la casa a esperar que terminara la marcha para retomar su jornada. Les contaba que lo tenían “chato” las barricadas, pasar por una Alameda donde habían más destrozos que pasajeros y sufrir con el hedor de las lacrimógenas. Contó que a veces hasta le dolía el pecho y la cabeza por ese olor ácido.

El resto de los pasajeros asentía y se pusieron a contar sus visiones. Todos decían que apoyaban las manifestaciones, sus demandas, la exigencia de tener un Chile más justo, con mejores pensiones, mejor salud y ese largo petitorio que ha levantado la calle. Pero siempre remataban sus oraciones con un “pero está bueno ya”.

Yo llevaba puestos mis audífonos y simulaba que escuchaba música. Mentira. Oía cada una de sus palabras. Y pensaba. Llevo días pensando en realidad. Toda esta semana he dado largas caminatas por el centro y veo que el comercio ambulante volvió, que los negocios están abriendo hasta tarde y que ya no está la efervescencia callejera que se sentía con fuerza hasta la semana pasada. La llamada Plaza de la Dignidad ha vuelto a ser la Plaza Italia.

“Los que trabajamos necesitamos volver a la normalidad”, le dijo al colectivero un hombre de unos 35 años. Todos asintieron. Mientras, yo seguía haciéndome el desentendido, aunque en realidad pensaba en cuánto le molesta ese concepto a quienes siguen protestando en la calle. “Normalidad”. ¿Qué es la normalidad para el común de las personas? Probablemente no es lo que siempre detestaron. Probablemente es sólo el deseo de volver a sus rutinas y tener certezas tan básicas como saber a qué hora podrá llegar a casa y a qué hora se va a llegar al trabajo. Lo que para algunos puede ser miserable, para otros puede ser motivo de felicidad.