Testimonios de hijos de uniformados que se manifiestan en las marchas, oscilan entre miedo y compromiso con las protestas.
«Susto» y «rabia» están en los polos de lo que siente. Francisca Valenzuela (23) es educadora de párvulo y es hija de carabinero. Su padre ha pasado 27 años dentro de la institución y trabaja en una comisaría.
Como hija de uniformado, dice que siente miedo. “Solo por llevar ese uniforme la gente es muy agresiva con ellos. Me da miedo que mi papá salga de la casa a trabajar con el uniforme puesto”, dice, y asegura que además son varias las campañas que circulan por redes sociales que instan a «funar» a las familias de carabineros.
Pero, a la vez que teme, vive en un conflicto por la situación social.
“Creo que han tomado malas decisiones, han abusado de su poder” afirma la joven, que ha visto el actuar de Carabineros desde las marchas. “Yo he estado bien presente, por ejemplo, en una manifestación en la Plaza de la Dignidad” donde asegura que estaban solo manifestándose en tranquilidad, cuando llegaron los carabineros entre lacrimógenas y el carro lanza agua, lo que cambió las dinámicas de la manifestación, donde la joven y quienes marchaban se vieron presionados a arrancar y comenzaron los enfrentamientos. “Entonces, cuando la gente gritaba “¡pacos cu….!”, yo también lo sentía, sentía que eran unos pacos cu…., porque era un exceso de violencia”, dice.
Asegura que, si bien hay puntos de encuentro, ser hija de carabinero puede tronar la instancia familiar cada vez más tensa.
Así lo vive Marcelo Zapata (24), músico de profesión. “Me voy a ir de mi casa a fin de este mes” dice al poco tiempo de contestar el teléfono. En su casa son tres hermanos y los padres son ambos carabineros. “Me crié bajo el brazo del águila”, dice haciendo referencia a su padre que fue parte del Grupo de Operaciones Policiales Especiales (GOPE). Cuenta que aunque su padre se jubiló, su madre sigue activa dentro de la institución.
“Yo estoy de acuerdo con el movimiento social, voy a las marchas porque veo que luchamos por cosas que van a beneficiarme. Pero en mi casa el tema es muy mal visto”, afirma.
Relata que las peleas comenzaron a ser muchas en su casa, “y me dijeron que si, como a otros, me llegaba un perdigón, no se iban a hacer responsables de mí”. Dice entender la aversión de los manifestantes hacia los carabineros, quienes podrían ejercer la fuerza bajo el pretexto de conservar “el orden público”. “Hay gente loca debajo del uniforme. Entran con el sueño de servir a su país, pero los forman así, para atacar cuando les digan. Está lleno de gente violenta”, asegura. Dentro de los afectados por esta violencia, hay un conocido suyo. Relata que al amigo de un cercano que estaba en una manifestación, le llegó un perdigón y perdió el ojo. “No quiero que más gente siga perdiendo ojos. Es terrible, me da tristeza y miedo, y también pena. Pena por ellos y por los carabineros. Porque al final, el carabinero que está ahí peleando es igual a ti, de la misma clase social, que quiere lo mismo. Contra lo que uno está realmente en contra son los privilegios de la clase política”, remata.
Ignacia Castillo (26), también hija de un uniformado, coincide en esta idea. “Carabineros es gente como todo el mundo, que tiene los mismos problemas; ganan un sueldo pésimo, tampoco tienen casa propia, también les afecta el alza del metro. Y duele escuchar que les dicen asesinos cuando una marcha”.
El sociólogo Juan José Vergara, académico de la UFRO, cree que dadas sus luchas internas, en este grupo “ese mismo pesar nacional que experimentamos todos, debe estar en ellos muy multiplicado, muy fuerte”. Analiza que entre los hijos de carabineros, hay que distinguir entre quienes se adhieren al movimiento y los que no, donde «los primeros tienen una contradicción tremenda, pues muy probablemente creen que van a conseguir un resultado con esa manifestación, lo que los deja en una contradicción desde el dolor con su propio ambiente”.